Estas en un pequeño acantilado, tienes el agua, oscura, turbia y agitada, pero también tienes otra salida volver al vacío, a las noches sin dormir. al dolor, a la espera. Tienes tanto miedo.
Te asomas al acantilado, ves el agua, te está llamando. Pero no sabes que habrá bajo las olas, que sin miedo, embisten contra las rocas provocando su erosión. Crees que las olas te van a empujar contra las rocas, o que sin saber cómo nadar te ahogarás, y también piensas que permanecer mucho en el agua puede hacer que te erosiones, no como las rocas, pero que pierdas el corazón, empujado por la arena y la sal.
Y, ahora dime, ¿qué es peor?
Llevas demasiado tiempo al borde del acantilado, y tienes mucho vértigo. Tiemblas de arriba a abajo, y las lágrimas comienzan a brotar, por la impotencia y la desesperación que te produce no saber qué hacer.
Miras a atrás y ves los buenos momentos, ríes mientras las lágrimas continúan brotando una a una, ahora tu pasado se vuelve violento, las discusiones hacen que el corazón se te encoja, te vuelves pequeña de nuevo. Pero has decidido algo, vas a saltar, caminas hasta el borde, los dedos de tus pies están ya en el aire, pero entonces, escuchas su voz, tras de ti, te dice que nada es imposible, que juntos podemos con todo, y que esto sólo sería el principio de un largo camino. Te giras y caminas hacía él, la miras a los ojos, extiende su mano para llevarte con él, pero tú ya has decidido.
El último empujón, ahora sí lo sientes, lo vas a hacer. Corres y saltas, con un grito ahogado en la garganta y una sonrisa en la cara.
Ahora, una nueva etapa comienza, no sé si peor o mejor, pero con muchas nuevas sorpresas que merece la pena descubrir.